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Golpe militar de Luis García Meza, un 17 de julio de 1980

Se estima que hubo alrededor de 500 asesinatos y desapariciones forzadas, además de 4.000 detenciones, han pasado 44 años

Al amanecer del 17 de julio de 1980 trajo consigo el rugir de los tanques y el eco de las botas militares en las calles de la ciudad de La Paz. El que comenzó como un día cualquiera se convertiría en una de las jornadas más oscuras de la historia reciente del país.

Bajo el mando del general Luis García Meza y su mano derecha, Luis Arce Gómez, un grupo de militares con estrechos vínculos con el narcotráfico ejecutó un sangriento golpe de Estado.

El objetivo: derrocar al gobierno democrático de Lydia Gueiler Tejada, la primera mujer en ocupar la presidencia de Bolivia.

Pero los golpistas no actuaron solos. Contaron con el respaldo activo de la dictadura militar argentina y, en un giro macabro de la historia, con la participación del criminal nazi Klaus Barbie, conocido como el ‘Carnicero de Lyon’.

Barbie, refugiado en Bolivia desde hacía varios años, organizó un comando terrorista denominado los Novios de la Muerte, cuya misión era sembrar el terror y eliminar toda resistencia.

El epicentro de la violencia fue la sede de la Central Obrera Boliviana (COB), donde se había reunido el Comité Nacional de Defensa de la Democracia (Conade). Los Novios de la Muerte irrumpieron en el edificio con una brutalidad que dejó atónitos a los testigos.

Caos y disparos, tres figuras destacadas de la resistencia democrática cayeron bajo las balas golpistas: Marcelo Quiroga Santa Cruz, brillante orador y líder socialista; Carlos Flores Bedregal, diputado comprometido con la causa popular; y Gualberto Vera Yapura, aguerrido dirigente minero. Sus muertes se convertirían en símbolo de la lucha contra la dictadura.

Mientras la sangre corría por las calles de La Paz, García Meza se proclamaba nuevo presidente de facto, el país, que apenas comenzaba a saborear la democracia tras años de gobiernos militares, se sumergía nuevamente en las tinieblas del autoritarismo militar.

La comunidad internacional observaba con horror. La participación de Barbie, un vestigio vivo de los horrores del nazismo, añadía un tinte surrealista a la ya de por sí dramática situación boliviana.

A medida que caía la noche sobre La Paz, el silencio se imponía. Los ciudadanos se refugiaban en sus hogares. La resistencia, golpeada pero no vencida, comenzaba a reorganizarse en la clandestinidad.

Bolivia iniciaba así uno de los periodos más oscuros de su historia, bajo el yugo de un régimen que combinaría la represión política con la actividad del narcotráfico. Se estima que hubo alrededor de 500 asesinatos y desapariciones forzadas, además de 4.000 detenciones.

El punto álgido de la represión llegó el 15 de enero de 1981 con la masacre de la calle Harrington, donde ocho líderes del MIR fueron brutalmente asesinados. Gloria Ardaya, única sobreviviente, se convertiría en testimonio vivo del horror.

El régimen de García Meza, manchado por la corrupción y sus vínculos con el narcotráfico, pronto se vio aislado internacionalmente. La inestabilidad persistió incluso después de la caída de García Meza.

En julio de 1982, un nuevo intento de golpe provocó la salida de Celso Torrelio Villa y la ascensión del general Guido Vildoso, quien recibió el mandato de preparar el retorno a la democracia.

En el 1993, en un juicio histórico, Luis García Meza y sus estrechos colaboradores fueron declarados culpables de varios delitos, incluido asesinatos en masa y otras violaciones de derechos humanos. 

Desafortunadamente, este importante avance en la lucha contra la impunidad no se ha traducido en otras acciones para esclarecer la verdad y administrar justicia a todas las víctimas, no sólo del gobierno de Meza sino de los 18 años de regímenes autoritarios. Además, la mayoría de las personas que buscaron algún tipo de reparación por las violaciones sufridas se encontraron con obstáculos insalvables para acceder a ella. 

Los esfuerzos del Estado han sido insuficientes.  Familiares de las víctimas de desaparición forzada viven un duelo permanente al desconocer qué ocurrió con sus seres queridos, dónde están sus cuerpos. Y muchas de las personas que fueron torturadas, detenidas o forzadas a vivir en el exilio son de edad avanzada y saben que libran la última batalla. Escribe al Presidente de Bolivia para que atienda ya sus peticiones.


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