Bruce Springsteen ha demostrado en Madrid que, incluso cuando todo pinta muy oscuro casi negro, la suya es una voz poderosa y curtida, capaz de sobreponerse con música y energía a las inclemencias para levantar el ánimo y reivindicar el legado de quienes nos precedieron con dignidad en los malos tiempos.
El “Boss”, en su primera gira tras la muerte de su amigo y saxofonista Clarence Clemons, llegaba a la capital española cuatro años después de su última visita a la ciudad para presentar su disco “más enojado”, “Wrecking Ball”, enardecido por el enriquecimiento “inmoral” de la banca y el empobrecimiento de la clase obrera. Pero al autor de “Born to Run”, pese a los acontecimientos, se le ha visto esta noche más pletórico y resplandeciente que cabreado.
Así ha sido desde su aparición sobre el escenario, precedido por el guitarrista Steve Van Zandt y los demás componentes de la mítica E-Street Band, entre los vítores de más de las más de 60.000 personas congregadas en el estadio Santiago Bernabéu, con la presencia entre ellas de celebridades como el actor Danny DeVito.
Por la vigencia y pertinencia del mensaje, el estadounidense ha iniciado su concierto con ese gran éxito, sonriente -contagiando o contagiado por el ímpetu del público-, mientras aporreaba su guitarra Fender Esquire, antes de continuar sin pausa con “No surrender”. “We Take Care of Our Own”, el primer single de este trabajo, ha anticipado esos nuevos cortes, que añaden a su influjo roquero arreglos del folk irlandés y de la música negra, para recordar que lo de la lucha por la dignidad es una historia tan antigua como la de la música. La traca final ha estado prendida con la urgencia roquera de himnos como “Born in the U.S.A.” y “Born to Run”, antes de dejarse arropar por los rescoldos luminosos de “Dancing in the Dark” y “Tenth Avenue Freeze-Out”, con la imagen final de Clemons en la retina.