Informe atestigua que al menos 680 especies de vertebrados han sido llevadas a la extinción desde el siglo XVI y más del 9% de todas las razas domesticadas de mamíferos utilizadas para la alimentación y la agricultura se extinguieron hasta 2016
La degradación de la naturaleza crece a un ritmo sin precedentes en la historia humana, con un millón de especies amenazadas de extinción y la probabilidad de graves impactos sobre la población.
La Tierra afronta la amenaza de extinción de un millón de especies, desaparición de animales y plantas se está produciendo a un ritmo sin precedentes. De los 8 millones de especies que existen en todo el mundo, un millón se enfrenta a la extinción, algunas en apenas unas décadas. La tasa de desaparición es «decenas e incluso cientos» de veces más alta que la tasa promedio de los últimos 10 millones de años. Y con la trayectoria actual, el declive se acelerará, poniendo en serio peligro el bienestar de la humanidad.
Ahora el informe concluye que la cantidad promedio de especies terrestres en los principales hábitats ha disminuido al menos un 20% desde 1900. Las más afectadas son las especies de anfibios, ya que el 40% está en peligro de desaparecer, seguidas del 33% de arrecifes coralinos y más de un tercio de los mamíferos marinos y de tiburones. El panorama es menos claro para los insectos, pero los datos apuntan a que el 10% están amenazados (y hay 5,5 millones de especies).
La degradación de los hábitats es generalizada. Entre la deforestación, la agricultura intensiva, la sobrepesca o la urbanización del territorio, el balance arroja que el 75% del medio terrestre ha sido «gravemente dañado» por la actividad humana y el 66% del medio marino también. De ahí que el informe apunte como principal responsable de la pérdida de especies a los cambios en el uso de la tierra y el mar, como la tala masiva de bosques para sustituirlos por otros cultivos que agotan el suelo. «Hay un nuevo paisaje de auténticos desiertos. Supone pérdidas masivas de miles de especies», explica Pascual.
También figuran entre los principales responsables la explotación directa de organismos (como la sobrepesca, cultivos o granjas); el cambio climático; la contaminación y la introducción de especies exóticas invasoras, que descompensan los ecosistemas naturales y acaban con la fauna autóctona.
Entre tanto el informe atestigua que al menos 680 especies de vertebrados han sido llevadas a la extinción desde el siglo XVI y más del 9% de todas las razas domesticadas de mamíferos utilizadas para la alimentación y la agricultura se extinguieron hasta 2016, con al menos otras 1.000 razas más amenazadas.
A largo plazo, más de 500.000 especies terrestres tienen un hábitat insuficiente para su supervivencia, a menos que sus hábitats sean restaurados. «Regulan la vida en la Tierra y ya no hablamos de una especie más o menos, sino de un millón», explica Pascual. Y un millón de menos puede desencadenar graves cambios en los ecosistemas.
«Esta pérdida es un resultado directo de la actividad humana y constituye una amenaza directa para el bienestar humano en todas las regiones del mundo», dijo Settele. El informe hace hincapié en, precisamente, las consecuencias de esta «extinción masiva» para el ser humano. Más del 75% de los cultivos dependen de los polinizadores y hoy entre 235 y 577 mil millones de dólares en cultivos están en riesgo por la disminución de los insectos. Además, el 23% de los suelos ha registrado pérdidas en la productividad por su degradación; mientras que en el océano ya se proyectan pérdidas tanto en la producción (de hasta el 10% solo por efecto del cambio climático), como en la biomasa disponible (de hasta el 25% para final de siglo).
Autores del estudio, este será el futuro si no se toman medidas y, de hecho, se dan por perdidos el 80% de los Objetivos de Desarrollo Sostenible fijados para 2030. Pero aún existe una ventana de oportunidad y no es demasiado tarde para cambiar el rumbo si se empieza ya y a todos los niveles. «A través de un “cambio transformador”, la naturaleza todavía puede conservarse, restaurarse y usarse de manera sostenible», dijo el director de IPBES. Es decir, a través de una reorganización de todo el sistema económico, político, demográfico o social, que incluya también paradigmas y valores. Esta opción, para regiones como Europa, supondría «un nuevo modelo de vida», dice Pascual.