La única forma de salvaguardar a todos esos activistas y periodistas que han volado sobre las alas del inquieto pájaro serÃa con un compromiso ético de la compañÃa con sus usuarios más vulnerables
Su salida de la cotización en bolsa, los despidos masivos y la confianza de los usuarios en su punto más bajo en los últimos años, hacen que el momento que atraviesa Twitter parezca solo cuestión de números y ganancias, pero las dudas alrededor de esta red social van mucho más allá.
Tablado de famosos y pasarela de frivolidades, la red del pájaro azul también sirve de altavoz y protección a millones de ciudadanos en el mundo. ¿Cuántos de ellos quedarán desprotegidos con los vaivenes del gigante de San Francisco? Difícil saberlo, pero los autoritarios se frotan las manos con el posible fin de la compañía.
Hace quince años, cuando el activismo en Cuba comenzó a descubrir las nuevas tecnologías, un mensaje de solo texto (SMS) enviado desde el teléfono móvil podía marcar la diferencia entre estar a un lado o al otro de los barrotes de la prisión.
Eran los tiempos en que Twitter mantenía parte de su estructura primigenia y bastaba con enviar 140 caracteres a través de los celulares para que aquel minúsculo texto llegara a miles o millones de internautas. El trino de esa ave nos salvó a muchos que, ahora, nos preguntamos si podemos contar con este sistema de microblogging en el futuro.
Blanco de las calumnias y escenario de innumerables fotos de pies que asoman al borde de la piscina, la red social que hace unos años amplió sus publicaciones a 280 caracteres es también el altavoz más potente para hacer llegar cualquier información a organismos internacionales, medios de prensa y entidades gubernamentales.
Si Facebook es para los amigos, mientras que Instagram se vuelca en los seguidores, Twitter es un camino expedito hacia los oídos de los periodistas, los activistas y los funcionarios.
Tras la compra de la empresa por ElonMusk cabe indagar si esta ruta directa a la denuncia se mantendrá o sucumbirá en aras de otros intereses.
En Managua, Caracas y La Habana por solo mencionar países de América Latina ya deben de estar celebrando el funeral de una herramienta tecnológica que les ha provocado fuertes dolores de cabeza.
Aplauden que, en breve, los tuits podrían ser cosa del pasado y las denuncias que se publican a través de esa red apenas quedarían convertidas en un eco lejano, apenas audible.
La única forma de salvaguardar a todos esos activistas y periodistas que han volado sobre las alas del inquieto pájaro sería con un compromiso ético de la compañía con sus usuarios más vulnerables.
No son los que más podrían contribuir a las campañas de monetización pero sostienen la credibilidad, el carácter social y la misión principal de Twitter. No, la red social no creció ni fue apoyada por sus seguidores debido a la cantidad de cócteles fotografiados en la playa y mucho menos por las cuentas de presidentes o candidatos a serlo.
Twitter es nuestro. Una parte importante de nuestras vidas ha transcurrido en su timeline y otra porción vital depende de que se mantenga su vuelo. No estamos hablando del costo de las acciones en la bolsa, votos en las urnas o campañas publicitarias en la carpeta de negocios, sino de vidas.
¿Habrá un compromiso público con los usuarios más desprotegidos? Las próximas semanas dirán la última palabra, pero quizás esa espera termine demasiado tarde para todos ellos.