Cuando la leyenda del jazz John Coltrane escuchó por primera vez a Charlie Parker tocar el saxofón, la música lo golpeó "entre los ojos". Según los neurocientíficos, Coltrane tenía toda la razón.
Cuando escuchamos la música que nos gusta, aunque sea por primera vez, una parte del sistema de recompensa del cerebro, llamada núcleo accumbens, determina cuánto valoramos la canción, e incluso ayuda a predecir lo que se está dispuesto a pagar por un nuevo tema. Los resultados ayudarán a comprender por qué los humanos atribuyen tanto valor a las secuencias abstractas de las ondas sonoras. Algo más que dopamina La neurocientífica Valorie Salimpoor escuchó una vez la Danza Húngara No. 5 de Johannes Brahms mientras conducía.
La música la conmovió tan profundamente que tuvo que detenerse. Así empezó su investigación. Vigiló cómo los cerebros de los voluntarios reaccionaron a la música mediante resonancia magnética. Varias regiones del cerebro se activaron cuando descubrieron una nueva canción que les gustó, pero solo la actividad en el núcleo accumbens estaba bien relacionada con la cantidad que los participantes estaban dispuestos a pagar.
El núcleo accumbens es responsable de las sorpresas agradables o del ‘error de predicción positiva’, como los neurocientíficos la llaman. Nuestros cerebros están adaptados a la utilización de patrones, tales como la estructura de la música, para predecir el futuro. Hacemos predicciones sobre cómo debe desarrollarse un tema musical aunque no lo conozcamos. Estas predicciones se basan en la experiencia musical pasada, así que los fans de la música clásica tendrán diferentes expectativas que los devotos del punk.
Pero cuando la música resulta mejor de lo que el cerebro esperaba, el núcleo accumbens desencadena el deleite. La conclusión del estudio: el núcleo accumbens trabaja en conjunto con el reconocimiento de patrones y con los centros de pensamiento de orden superior para asignar valor a la música La melodía influye más que las letras Vinod Menon, un neurocientífico cognitivo de la Universidad de Stanford (California), se pregunta si la presencia de las letras de algunas canciones introdujeron en el estudio variables que producían confusión.
"No sabemos si se trata de los sonidos musicales o de los componentes lingüísticos los que desencadenaron algunos efectos", dice. Salimpoor responde que algunas investigaciones anteriores mostraron efectos cerebrales similares al usar solo la música instrumental. Las letras, dice, no parecen introducir sesgos o influencia en las decisiones de compra del oyente. En el futuro, Salimpoor investigará otra zona del cerebro: la circunvolución temporal superior. Ella tiene como objetivo descubrir cómo esta región, que almacena un registro de los sonidos que hemos escuchado, da forma a nuestras futuras preferencias musicales.