Ahí va una paradoja del pop: 'Glory' es el primer disco de Britney Spears desde que, allá por 2013, la artista fijara su residencia en Las Vegas, donde su espectáculo 'Piece of Me' acaba de renovarse para afrontar una nueva (ya la tercera) temporada.
Britney —es una de esas superestrellas que solo necesita su nombre de pila— tiene prácticamente la misma edad que Katy Perry y, pese a llevar en la brecha desde finales de los noventa, no ha permitido que, al menos, tres nuevas hornadas de sensaciones pop le quiten su lugar bajo los focos. 'Glory' no es el testamento de una vieja gloria: es la confirmación de que la fiesta sigue, de que nunca acabó.
Musicalmente, el disco supone una experiencia mucho más relajada que 'Femme Fatale' y 'Britney Jean', sus otros dos lanzamientos de esta década. No está recorrido por esa obsesión casi patológica por los singles del primero, ni tampoco pretende ser una pieza de EDM provocativa como el segundo.
Britney parece haber encontrado su sitio en el actual panteón pop, asumiendo que no puede ser otra cosa que lo que realmente es: una artista residente de Las Vegas, un tesoro nacional con muchas portadas de tabloides a sus espaldas y su vida familiar (o su cuenta de Instagram, casi indistinguibles estos días) como nueva prioridad absoluta.
Por tanto, 'Glory' es una fiesta casera y vespertina, muy al contrario de ese intento de comerse la noche que era 'Britney Jean'. Salvo 'Private Show', la única canción que parece fuera de tono, el resto de cortes representan lo mejor de un pop inofensivo pero, ojo, increíblemente avanzado.
No escuchábamos a una Britney con tantas ganas de experimentar desde 'In the Zone', esa rareza de 2003 que, en su momento, parecía prometer una nueva etapa que nunca llegó a cristalizar. Hasta ahora: 'Make Me...', su single con G-Eazy, parece retomar las cosas donde las dejó trece años antes, mientras que 'Man on the Moon' o 'Hard to Forget Ya' empujan la frontera un poco más hacia adelante.
La voz de Britney, icono norteamericano a la altura de Mickey Mouse o la botella de Coca-Cola, tiene la particularidad de hacerte sentir cómodo incluso cuando rapea o canta en otros idiomas (castellano y francés, aunque solo en la versión deluxe del disco).
'Glory' es lo que es, pero su naturaleza lúdica y relajada, su condición de forraje para la clase de fans que paga por su show en Las Vegas, enmascara una voluntad perpetua de probar nuevos sonidos. La reina se ha relajado, y entonces es cuando ha encontrado la manera de seguir reinventándose.
El problema es que esta colección de variaciones sobre una voz forjada en hierro y vocal fries puede resultar rompedora dentro del corpus spearsiano, pero no deja de ser una aplicación de sonidos e ideas ajenos. 'Glory' debería figurar en una sección de "Quizá también te interese escuchar..." junto a lo último de Ellie Goulding, Selena Gomez y, sobre todo, Janet Jackson, cuya reivindicación del susurro se hace evidente desde 'Invitation', el primer corte del álbum.
A principios de los 2000, Britney era quien lideraba el camino del pop, era el patrón oro a quien todas las demás aspiraban a alcanzar algún día. Ahora quizá sea más realeza que nunca, pero incluso su mejor disco en años parece una reacción a lo que están haciendo otras. Suerte que a ella no parece importarle: "Si estoy bailando", nos dice en una de sus últimas canciones, "es que la música es buena". Sí y sí, así que cerremos la boca y acompañémosla.