El fracaso de la CIA a la hora de detectar las señales que advertían de los ataques del 11 de septiembre de 2001 se ha convertido en uno de los temas más controvertidos en la historia de los servicios de inteligencia
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 dejaron una serie de enigmas que nunca fueron fáciles de responder, y que, una vez explicados, fueron duros de aceptar. Al día de hoy, veinte años después de la tragedia que cambió el mundo, las respuestas aceptadas oficialmente no parecen despejar del todo la bruma de la sospecha.
¿Cómo se vivieron esas horas de máxima tensión en el búnker de la Casa Blanca? ¿Cómo se derrumbaron verdaderamente las Torres Gemelas? ¿Por qué el Pentágono recibió daños apenas moderados, si lo impactó un enorme avión de línea?
También quedan dudas sobre el incidente del Vuelo 93 de United Airlines, que se precipitó en Pensilvania. Y se especuló en abundancia sobre si el cerebro de los atentados, Osama ben Laden, fue abatido por los marines, como aseguró el Pentágono, o si acaso tuvo un destino distinto.
El fracaso de la CIA a la hora de detectar las señales que advertían de los ataques del 11 de septiembre de 2001 se ha convertido en uno de los temas más controvertidos en la historia de los servicios de inteligencia. Ha habido comisiones, revisiones, investigaciones internas y más.
Por un lado están los que dicen que la CIA no notó señales de advertencia obvias. Por el otro, aquellos que argumentan que es notoriamente difícil identificar las amenazas de antemano y que la agencia estadounidense hizo todo lo que era razonablemente posible.
Si bien muchas de las investigaciones se centraron en lo que la agencia hizo o dejó de hacer con la información disponible antes del 11S, pocos dieron un paso atrás para examinar la estructura interna de la propia CIA y, en particular, sus políticas de contratación.
Y desde una perspectiva tradicional, eran inmejorables: los potenciales analistas eran sometidos a una batería de exámenes psicológicos, médicos y de todo tipo. Y no hay duda de que contrataron personas excepcionales.
"Los dos exámenes principales eran uno del tipo de la prueba de acceso a la universidad para determinar la inteligencia de un candidato y un perfil psicológico para examinar su estado mental", explica un veterano de la CIA.
"Las pruebas eliminaban a cualquiera que no fuera sobresaliente en ambos casos. En el año en que presenté mi solicitud, aceptaron a un candidato por cada 20.000 solicitantes. Cuando la CIA decía que contrataba a los mejores, estaba en lo cierto", agrega.
Y, sin embargo, la mayoría de estos reclutas también se veían muy similares: hombres, blancos, anglosajones, estadounidenses, de religión protestante.
Este es un fenómeno común en el reclutamiento, a veces llamado "homofilia": las personas tienden a contratar a personas que piensan (y a menudo se ven) como ellos mismos.
Y es que a uno lo valida el estar rodeado de personas que comparten las propias perspectivas y creencias.
De hecho, los escáneres cerebrales sugieren que cuando otros reflejan nuestros propios pensamientos eso estimula los centros de placer de nuestros cerebros.
El problema, sin embargo, no es solo de la CIA, como se nota al mirar a muchos gabinetes de gobiernos, bufetes de abogados, equipos de liderazgo del ejército, altos funcionarios públicos e incluso ejecutivos de algunas empresas de tecnología.
Y es que nos sentimos inconscientemente atraídos por personas que piensan como nosotros, pero rara vez notamos el peligro porque desconocemos nuestros propios puntos ciegos.
John Cleese, el comediante, lo expresó de esta manera: "Todo el mundo tiene teorías. Las personas peligrosas son aquellas que no conocen sus propias teorías. Es decir, las teorías sobre las que operan son en gran parte inconscientes".
Obtener la combinación correcta de diversidad en los grupos humanos no es fácil. Reunir las mentes correctas, con perspectivas que desafían, aumentan, divergen y polinizan en lugar de loros, corroboran y restringen, es un verdadera ciencia.
Pero esto se convertirá en una fuente clave de ventaja competitiva para las organizaciones, sin mencionar las agencias de seguridad. Así es como los enteros se vuelven más que la suma de sus partes.
La CIA, por su parte, ha dado importantes pasos hacia una diversidad significativa desde el 11 de septiembre.
Pero el problema continúa persiguiendo a la agencia y un informe interno en 2015 fue bastante crítico.
Como dijo el entonces director, John Brennan: "El grupo de estudio analizó detenidamente nuestra agencia y llegó a una conclusión inequívoca, la CIA simplemente debe hacer más para desarrollar el entorno de liderazgo diverso e inclusivo que requieren nuestros valores y que nuestra misión exige".
*Matthew Syed es el autor de Rebel Ideas: The Power of Diverse Thinking ("Ideas rebeldes: el poder del pensamiento diverso").
Las llamas no destruyen el acero, y menos con la velocidad con la que se derrumbaron las Torres Gemelas. Ese es uno de los principales cuestionamientos que se hicieron respecto del atentado del 11 de septiembre, fundado por extensas evaluaciones de ingenieros y especialistas.
Las torres cayeron con una prolijidad implacable y no quedaron pruebas físicas: ni computadoras, ni material de oficinas, ni muebles. Prácticamente todo se redujo a polvo, sin siquiera haberse sucedido incendios de gran envergadura, sino fuego localizado en algunos de los 110 pisos.
La versión oficial apunta a que ambos edificios desaparecieron en diez segundos por el fuerte impacto de los aviones Boeing 767 combinados con la carga de combustible y el fuego que provocaron que todo se redujera a escombros, polvo y humo. Pero los escépticos no se convencen ante la evidencia de que los incendios duraron menos de dos horas y los testimonios de algunos empleados del World Trade Center, quienes afirmaron haber escuchado explosiones en paralelo a la llegada de los aviones; para ellos, los edificios se derrumbaron de una forma idéntica a la que suele verse en demoliciones controladas por material explosivo.
Investigación del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología de Estados Unidos –agencia que depende del Estado– concluyó que los aviones dañaron las columnas de soporte de los edificios y causaron el desprendimiento del material ignífugo, encargado de evitar la propagación del fuego.
Dudas similares surgieron respecto de la Torre 7, de 47 pisos, ubicada detrás de la Torre Norte, al otro lado de Vesey Street. Aun sin ser estrellada por un avión, se desplomó a toda velocidad. El Gobierno estadounidense sostuvo que el edificio fue una suerte de “víctima” del ataque mayor y de las altas temperaturas alcanzadas en el interior, que provocaron fuego.
Para muchos investigadores es difícil creer que el edificio más custodiado de Estados Unidos puede haber sido atacado 78 minutos después que las Torres Gemelas –es decir, cuando ya corría una advertencia hacia las fuerzas de seguridad nacionales– e impactado por el avión del vuelo 77 de American Airlines, del cual no quedaron casi rastros.
El escaso registro fotográfico del atentado a la sede del Departamento de Defensa estadounidense; el bajo nivel de destrucción de las inmediaciones del edificio –cables, postes de luz y otros elementos de la calle quedaron intactos– y del edificio mismo, y el hecho de que el sector elegido para el ataque estuviera en obra en septiembre de 2001 profundizan las dudas.
La especulación de quienes cuestionan la versión oficial es que el atentado al Pentágono fue provocado por un misil –o, también, por un pequeño avión–, y que políticos y militares estadounidenses estuvieron involucrados en la operación: un autoatentado, útil para acrecentar la gravedad de lo sucedido.
El Gobierno dijo haber encontrado y clasificado restos del avión de American Airlines en el lugar de los hechos y, también, la caja negra, incautada por el FBI.
Al igual que los otros tres aviones secuestrados, el vuelo 93 de United fue infiltrado por cuatro miembros de Al-Qaeda con la intención de estrellarlo contra un centro del poder, quizás la Casa Blanca o el Capitolio. Pero el avión se pulverizó sobre una zona rural de Pensilvania.
Según la versión más aceptada, los pasajeros forcejearon con los secuestradores y frustraron el atentado, aunque en la lucha no se pudo evitar la caída. Poco después surgió la teoría de que el avión no fue destruido como resultado del audaz sacrificio de los pasajeros, sino por el misil de un caza de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, despachado para evitar que los terroristas cumplieran su cometido y se estrellaran contra su blanco, como había sucedido minutos antes con las Torres Gemelas y el Pentágono.
Los audios de la cabina de mando y de las desesperadas conversaciones por teléfono de los pasajeros con sus familiares confirman la lucha a bordo. Sin embargo, todavía se discute si lograron entrar a la cabina o los terroristas derribaron el avión cuando estaban por hacerlo. Más importante aún, investigaciones bien fundadas aseguran que, en efecto, existió una orden de derribarlos. Pero la heroica lucha y la caída se adelantaron a los cazas.
Estados Unidos tardó diez años en encontrar al hombre más buscado del mundo. Entre medio, desató dos guerras, primero en Afganistán y luego en Irak, tendió una red de inteligencia antiterrorista alrededor del mundo en alianza con sus socios más cercanos, y creó cárceles secretas donde los militares obtenían información a la fuerza.
Pese a innumerables capturas de otros sospechosos, Ben Laden recién cayó el 2 de mayo de 2011, durante una operación de los marines contra un complejo blindado en Pakistán, donde el líder máximo de Al-Qaeda y cerebro de los atentados del 11 de septiembre de 2001 se refugiaba.
Pero el cuerpo nunca fue mostrado. Según Washington, fue arrojado al mar 24 horas después porque no querían que lo recuperaran sus seguidores y lo convirtieran en mártir. Muchos especularon rápidamente que sin cuerpo no hay delito, y surgieron decenas de teorías. Ben Laden, por ejemplo, habría muerto muchos años antes, o seguiría escondido en un lugar inhóspito y ultrasecreto, o estaría en poder de las autoridades de Estados Unidos.
Los cuestionamientos también han estado dirigidos al entonces presidente George Bush y a su gabinete. ¿Fue todo una conspiración interna para justificar ataques e intervenciones en otros países como Afganistán e Irak, que tienen sus riquezas propias, como el petróleo?
Muchos investigadores no encuentran el sentido a que los terroristas que comandaron los aviones hayan podido entrenarse con libertad en el propio territorio estadounidense, así como entrar y salir del país en más de una oportunidad, sin levantar sospecha.
También objetan que la Casa Blanca haya autorizado que seis aviones privados y casi media docena de vuelos comerciales salieran del país inmediatamente después del atentado, transportando, según el mito, a 24 familiares de Ben Laden y otros casi 120 saudíes.
Además, es mirada con recelo una de las primeras órdenes que dio Bush: atacar a Irak, cuando el grupo insurgente de Al-Qaeda se encontraba en Afganistán. Un mes después del atentado, el entonces presidente aseguró que Ben Laden se escondía en Irak.